por | Ene 10, 2017

Una biblioteca para contar el pueblo kankuamo

Un robot kankuamo aparece de primero en la animación, con una voz de un niño que dice, “era una vez en la Sierra Nevada de Santa Marta un robot guardián”.

 

 

La historia entre el robot guardián y el robot minero sigue entre los trazos infantiles, la música y la voz del niño, pero eso no es lo que más importa. Lo más importante es el mensaje que ellos quieren decir, lo que los pequeños leyeron de su realidad: que el robot minero les está haciendo daño.

El guardián de la sierra, como se llama el cortometraje, es un trabajo que hicieron en la Biblioteca Kankuaka durante las vacaciones, en lo que ellos llaman el Kandurama lab, un laboratorio creativo donde los pequeños casi que se internan en la biblioteca, porque hasta el almuerzo lo hacen comunitario.guardian

De esos internados bibliotecarios el primero que publicaron, y que ya suma más de once mil visitas en internet, fue El guardián, pero el trabajo fue productivo, es solo uno de los cinco que hicieron. Los demás están en proceso de edición. Ideas originales, todas, de ellos.

– Lo primero que hicimos –cuenta Natalia Carrillo, 9 años– fue hacer la historia. Luego dibujamos los personajes que iban a actuar y después íbamos poniendo en el set el bosque, las montañas, las nubes. Todo lo íbamos pegando y cuando hicimos todo el montaje tomamos las fotografías paso a paso. Luego hicimos la voz de la fotografía y el profesor Leo –Leo Prieto es un amigo de la biblioteca que trabaja en Bogotá– nos ayudó a hacer la animación.

La técnica es stop motion, y los niños escribieron la historia, dibujaron, tomaron las fotos, montaron el set, para el que movieron, ”no tienes ideas de todo lo que movieron”, cuenta Souldes Maestre, el coordinador de la biblioteca. Los adultos –añade él– pegan solo las fotos en edición y las ponen a correr.

– Para hacer la animación –explica Santiago Maestre Oñate, 10 años– utilizamos la animación por cámara, como nos enseñó el profe Leo. Ahí utilizamos el recurso que tal vez funcionó, y tal vez no nos funcionó, que fue el de la cabuya. Necesitábamos que estuviera volando y pegamos la cabuya al robot y lo alzamos, y tomamos las fotos hasta que llegó al piso, y ahí en la siguiente foto no estaba la cabuya. Sí nos funcionó, pero se movía mucho, y nos tocó realizarla de otra forma. La otra forma fue haciendo como si se acercara.

La animación, precisa el coordinador, es una de las maneras que tienen de enseñarles a preservar sus tradiciones y el valor que estas tienen. “No sabes el orgullo que sienten de que su visión del mundo la estén viendo muchas personas”.

La biblioteca

El érase una vez de la Biblioteca Kankuaka empieza en 2008. Fue cuando nació la idea de tener una biblioteca en la comunidad de Atánquez, para los indígenas kankuamos que viven allí, e indirectamente para las otras once comunidades de este pueblo indígena, e incluso a otras que quieran visitarlos.

No hubo, sin embargo, cómo concretarla ni tampoco se dio un espacio físico. No era el momento, no había muchos interesados. Eso duró hasta 2013, cuando la comisión de jóvenes de la comunidad vio la necesidad de un espacio donde pudieran conversar, conocer sobre lo que pasa afuera y, lo fundamental, preservar su cultura.

El trabajo inició trabajando juntos. El lugar había quedado de un proyecto anterior y estaba en malas condiciones, pero las autoridades indígenas les ayudaron con el material necesario, y entre los jóvenes construyeron el espacio. Entre todos pintaron, pusieron las puertas y lo adecuaron en general. Lo primero que tuvieron fue cuatro mesas, 32 sillas, cojines y la dotación de libros del Plan Nacional de Lectura.

“Comenzamos a ver –recuerda Souldes– cómo esos niños se acercan a la lectura de una manera muy bella, porque es la primera vez que ven un libro”.

Después ha sido un proceso de aprendizaje y de mantener la esencia. Por supuesto son una biblioteca que hace promoción de lectura, donde las personas investigan, acceden a internet, los estudiantes hacen tareas, pero tienen claro que además de eso, su idea es preservar la memoria y los saberes de los kankuamos, hacer que los niños y los mayores dialoguen, que se transmita la tradición y además articular el tema de biblioteca y paz. Para ellos la biblioteca es, más allá de un espacio físico, un concepto que les puede garantizar la pervivencia de su pueblo.

“El tema de la violencia –sigue Souldes, quien es también un joven kankuamo– jugó un papel demasiado atroz para nosotros porque nos dejó huellas en el término en que nos mataron a muchos kankuamitos, y nosotros prácticamente no podíamos salir de la casa. Eso cortó muchas prácticas ancestrales y entonces nos tocaba refugiarnos en el tema de la lectura. De ahí nace mi preocupación, hombre, si yo viví ese placer de la lectura, ¿por qué no dárselo a muchos niños, por qué no transformar esto en algo grande, que pueda ayudarnos a practicar las costumbres culturales que tenemos como pueblo?

A la biblioteca van a leer, a reunirse, a hacer teatro, a jugar trompo, a caminar, a hacer animaciones, a usar la tecnología – “que no es algo malo, es la herramienta donde ellos pueden expresar su propia visión del mundo y la lectura”, indica el coordinador–, a tomarse un café de La Sierra, a hacer una olla de aguapanela y a escuchar las historias al lado de una fogata.

A la biblioteca van a entender sus tradiciones, lo que ha pasado desde hace tiempo.

– A nosotros nos enseñan a tocar el carrizo y a bailar los bailes tradicionales. También a tocar la caja. A mí me gusta hacer esto para incorporar nuestra tradición, ya que los españoles nos quitaron la tradición que nosotros teníamos. Me gusta para recuperarla y para que otros niños también puedan tocar y bailar –señala Alejandra Estrada, 10 años.

Los visitantes más asiduos de la Kankuaka son los niños entre los 6 y los 12 años. Treinta pasan por día, aunque los sábados pueden llegar a ser 100.

Allí no les piden carné, porque se conocen entre todos y confían. La construcción sigue siendo colectiva. Por estos días que andan pintando, por lo del Premio Nacional de Bibliotecas Públicas, ellos llegan con sus rodillos para ayudar. La apropiación los hace sentir en casa, que el proyecto es de ellos. Por eso hay una regla implícita. “Nadie puede dañar ningún instrumento –expresa el coordinador– porque todos pusieron su granito de arena para construirla”.

Si bien a las 6:00 de la tarde cierran, les ha pasado que a las 8:00 de la noche todavía están felices trabajando, y les toca llamar a los papás a decirles que los niños siguen allí, que en un rato los llevan de a uno a su casas. Dice Souldes que los Kankuamos entienden el tiempo diferente, que no hay ningún afán.

La Biblioteca Kankuaka es como una familia en donde la lectura tiene mil formas distintas de leerse, y aunque las historias que allá suceden no tienen límites, bien dice el niño al final de la animación, “colorín colorado este cuento se ha enmochilado”.

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